Carina me abrazó y de repente aparecimos en ese lugar oscuro.
—¿Estás bien? -pregunté.
—Sí. -respondió.
—Por favor, sé fuerte. -escuchamos.
—Es la voz de mi mamá. -dijo, Carina.
Algo iluminó nuestros ojos y vimos hacia adelante. Era la luz.
—¿Para quién es? -preguntó.
—No sé... pero yo no voy a ir. -dije.
—Yo tampoco. -dijo y me dio la mano.
Cuenta el narrador...
—Sí, dentro de unos meses heredo por parte de mi papá. -dijo, Natalia.
—¿En serio? -preguntó, Alejandro. ¿Cuánto?
—Cuarenta mil. -sonríe.
—Es mucho dinero.
—Sí... mucho dinero para que lo gaste una sola persona. -exclamó, Natalia.
—Me gusta tu actitud. -sonrió y miró su reloj. Creo que es hora de que sigas trabajando.
—Está bien, nos vemos más tarde. -dijo y se fue.
—Estúpida. -dijo, Alejandro.
Cuenta Sebastián...
Estuvimos unos largos minutos en ese lugar, hasta que por fin pudimos salir.
—No entiendo como podes escuchar la voz de tu mamá en ese lugar... no entiendo. -dije.
«Vi como una pareja discutía y en ese momento recordé algo.
—¡Sos una basura, Alejandro! -dije, llorando.
—Para, Carina yo puedo explicarte. -dijo, Alejandro.
—¡No me expliques nada, no quiero escucharte! Vos me usaste, me usaste como lo hiciste con la chica anterior. -me di vuelta para irme.
—No me dejas opción. -dijo.» Recordó, Carina.
—Sebastián. -dijo.
—¿Qué? -pregunté.
—Recordé otra cosa. -respondió.
Tomó mi mano y me mostró. "No me dejas opción" esa frase quedó rondando en mi cabeza horas y horas. Ya en mi casa, me senté en mi cama y observé a Carina.
—¿Qué pasa? -preguntó.
—Nada... me acordé lo que pensé la primera vez que te vi. -contesté.
—¿Qué pensaste? -preguntó, sonriendo.
—Pensé que eras un ángel caído del cielo. -sonreí.
—Que exagerado. -rió.
—No soy exagerado. -reí. Pensé que eras un ángel en serio, ¿y vos?
—¿Yo qué?
—¿Qué pensaste la primera vez que me viste? -pregunté.
—¿En serio querés saber? -sonrió.
—Sí. -sonreí.
—Bueno. -suspiró. ¿Este morocho me va a ayudar a entender todo? Eso fue lo que pensé.
—¿Morocho? -reí.
—Sí. -rió.
Carina se sentó a mi lado y me miró con su hermosa sonrisa.
—¿No te gusta que te digan Morocho? -preguntó.
—Algunas personas me decían Morocho pero... me gusta mucho que vos me lo digas. -respondí. Decime una cosa... -la tomé por la cintura. ¿Qué estás pensando ahora? O mejor, ¿qué querés que haga ahora?
—¿La verdad querés saber? -preguntó, Carina.
—Sí. -dije.
—Creo que vos lo sabés muy bien.
Me acerqué para besarla pero ella me interrumpió.
—No, no, Sebastián no. -dijo, levantándose de la cama. Esto está mal.
—Sí... sí, está mal. -suspiré.
—Mejor descansa. -dijo, cambiando de tema.
—Bueno... vení, acostate.
—¿Me estás cargando? -preguntó.
—No, vení, vení... ponemos una almohada en el medio. -dije.
—No.
—No ronco, ni pego patada. Te prometo que no hago nada, además mira si te agarra uno de esos ataques mientras yo duermo... no te voy a poder cuidar.
—Está bien. -contestó. Pero deja de molestar.
—Oka.
Ella se acostó al lado mío y yo me quedé observandola.
—Basta, Sebastián. -dijo.
—No hice nada.
—Me estás mirando, basta.
—Perdón. -dije.
Esperé unos minutos y me hice el dormido, me moví un poco y la abracé... Ella en ningún momento se quejó, entonces abrí mis ojos y vi que estaba dormida.
«Sin darme cuenta me quedé dormida, unas horas después me desperté y vi que estaba en los brazos de Sebastián. ¿Cuándo pasó eso? Traté te moverme un poco pero Sebastián me abrazó más a él, yo sonreí... me gusta esto».
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario