—Eh... me despido de mi mamá y vamos al hospital, ¿si? -preguntó, Carina.
—Sí. -respondí.
—Seba... -dijo.
—Es la primera vez que me decís Seba. -sonreí. ¿Qué?
—Me tenés que soltar. -dijo.
—Sí, sí. Anda. -dije.
—¿Me soltas? -preguntó, sonriendo.
Solté a Carina y ella se levantó, yo hice lo mismo y esperé a que salga de su casa.
¿Era verdad? ¿Carina estaba sintiendo algo por mí? Creo que voy a tener que aprovechar estar en coma.
—Ya estoy. ¿Vamos? -preguntó, Carina sacándome de mis pensamientos.
—Sí. -dije.
—¿En qué pensabas?
—En nada. -contesté.
Ambos pensamos en el hospital y fuimos.
—Eso es todo lo que pasó hoy. -dijo, Sol. Espero que te pongas bien pronto.
Mi hermana tocó mi mano y yo sentí eso.
—¿Qué pasa? -preguntó, Carina.
—Lo sentí. -dije. Sentí cuando tomaba mi mano.
—¿Estás seguro?
—Sí. -dije y cerré mi puño.
—¡Doctor! -dijo, mi hermana. ¡Doctor!
—¿Qué pasó? -preguntó, el doctor.
—Apretó mi mano. ¡Apretó mi mano! -dijo, feliz.
—Eso es una señal de que va a despertar pronto. -sonrió.
—¿Y va a ser el mismo de siempre? -preguntó, Sol.
—Sí, pero...
—¿Pero?
—No sabemos si va a seguir teniendo su don...
Carina y yo nos miramos.
—¿Eso significa que hay posibilidades de que no me puedas ver cuando despiertes? -preguntó, Carina.
—Ojalá que siga teniendo el don. -dije. Ey.
—¿Qué? -dijo, triste.
Me acerqué a ella y tomé su rostro.
—Estoy seguro de que cuando despierte voy a seguir teniendo mi don. -dije.
—¿Y si no? -preguntó. Sebastián vos sos la única persona que conozco. -dijo, dejando caer unas lágrimas.
—No llores. -sequé sus lágrimas. No me gusta verte llorar. Yo te prometo, ey mirame; yo prometo que no voy a perder mi don. ¿Si? No llores más.
—Está bien. -dijo.
—¿Qué te parece si seguimos disfrutando del día? -pregunté.
—No tengo muchas ganas. -respondió, Carina.
—Ey, no quiero que estés mal. -dije. Salgamos.
Tomé su mano y nos fuimos caminando hasta llegar a una plaza. Ninguno habló durante el camino y Carina no había hablado ni sonreído en ningún momento.
—Quiero que juguemos a algo. -dije.
—¿A qué? -preguntó, Carina.
—A una guerra de cosquillas.
La tomé por la cintura, la levanté un poco del suelo, la acosté en el pasto y le empecé a hacer cosquillas.
—¡No, no, basta! -rió. ¡Sebastián, basta por favor! -pidió. ¡Sebi para! -dijo, riendo.
—Es la primera vez que me decís Sebi. -sonrío.
—Me gusta Sebi. -sonríe. Es tierno. -ríe.
—Y a mi me gusta Carinita. -dije, riendo.
—Basta, tonto.
Dijo y se subió arriba mío haciéndome cosquillas.
—Basta, basta. -dije, riendo. Para, Carinita. -reí.
Agarré sus manos, me di vuelta dejando a Carina debajo mío y la apoyé sobre una roca. Sin soltarle las manos las dejé al lado de su cabeza y cuando estiró su cuello le di un beso tratando de hacerle cosquillas.
—Basta, Sebi. -dijo, riendo. Por favor.
—¿Paro? Paro. -dije, sin salir de encima de ella.
—¿Te vas a quedar ahí o qué? -preguntó.
—¿Si me quedo no me retas? -dije y sonreí.
—No. -sonríe.
—Eso quería yo, una sonrisa.
—Gracias por hacer esto, gracias por sacarme siempre una sonrisa.
—No es nada, con dos pases mágicos te saco una sonrisa.
—¿Con dos pases dijiste? -preguntó. ¿Cuál es el segundo pase? -se sentó.
—¿Querés saber? -pregunté.
—Si no es molestia.
Tome su rostro con sus manos y me acerqué a sus labios.
—¿Estás segura?
—Muy segura. -sonrió.
Lentamente me acerqué a sus labios y cuando iba a besarla algo nos interrumpió. Otra vez estaba perdiendo el color.
—Otra vez no. -dijo, Carina.
—Otra vez no. -dijo, Carina.
—Tranquila. -dije.
—Tengo miedo.
—No va a pasarte nada. Yo estoy con vos. -le dije.
—Me duele de nuevo el pecho. -dijo. Hace algo por favor.
—Yo voy a ir con vos. -dije y tomé sus manos. No tengas miedo.
Ella me miró y me abrazó.
—Tranquila. -dije. Nada va a pasarte.
—Tengo miedo.
—No va a pasarte nada. Yo estoy con vos. -le dije.
—Me duele de nuevo el pecho. -dijo. Hace algo por favor.
—Yo voy a ir con vos. -dije y tomé sus manos. No tengas miedo.
Ella me miró y me abrazó.
—¿Cómo sabés? -preguntó, Carina.
Tomé su rostro y la miré a los ojos.
—Porque yo no voy a dejar que nada malo te pase. -dije.
Continuará...
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