Amor En El Más Allá.
Era viernes por la mañana, me desperté, fui al baño y me di una ducha. Al salir de mi habitación me encontré con mi hermana, Sol.
—Buen día. -dijo, algo enojada.
—Buen día. ¿Estás bien? -pregunté.
—No, papá me tiene harta con su trabajo. Nunca tiene tiempo para nosotros. -contestó.
—Pero lo tenes que entender, Sol. Papá es así con su trabajo, hasta que no descubra la teoría esa de la relatividad no va a tener tiempo para nosotros. -contesté.
—Es que yo lo entiendo pero cinco minutos nada más, ¡cinco! Es lo único que pido.
—Después voy a hablar con papá, ¿si?
—Bueno. -suspira. ¿Sabes algo de mamá?
—Hace un rato me llamó, dijo que ya llegó a Grecia.
—Que bien. -dijo, de mala gana. ¿Te diste cuenta qué nosotros nos criamos solos? Papá siempre estaba en su escritorio o en un congreso. Y mamá siempre viajando de país en país.
—Tranquila, cuando mamá vuelva de Grecia, vamos a hablar con los dos.
—Gracias, al final sos el único que me entiende. -ríe.
—¿Cómo te está yendo en psicología? -pregunté.
—Bien, por suerte es el último año. ¿Y tus fantasmas?
—Por ahora no vi a ninguno. ¿Vamos a comer algo? -pregunté.
—Dale. -contestó.
Narra Carina...
¿Por qué nadie me veía? ¿Por qué nadie me escuchaba? Iba por la calle pero nadie me prestaba atención. Estaba por cruzar la calle y un auto vino hacia mí, grité pero ese auto me atravesó. ¿Cómo podría haber pasado eso?
Seguí caminando y seguí pidiendo ayuda.
—¡Ayuda! ¿Por qué no me ven? -pregunté.
Narra Sebastián...
—Pago yo y punto. -dijo, Sol.
—La próxima pago yo. -respondí. Voy al auto.
Al subir al auto la radio se prendió sola y se escuchaba una voz de una mujer pidiendo ayuda.
—¿Escuchas eso? -pregunté.
—¿Qué cosa?
—¿No escuchas la radio?
—La radio está apagada, Sebastián...
Miré la radio y era verdad, estaba apagada.
—¿Vamos? -preguntó.
—Sí. -contesté.
Al llegar, Sol se fue a la facultad y yo quedé en casa, solo. Las horas pasaron, llegó mi hermano, Diego y luego mi papá; horas después llegó Sol. Cenamos cada uno por su lado y luego nos fuimos a dormir; eran las tres y media de la madrugada y Sol entró a mi habitación.
—Sebastián... -dijo, susurrando.
—¿Qué? -pregunté, en el mismo tono.
—Tenes que escuchar esto.
Fui a la habitación de Sol y su celular estaba en corto circuito. Las luces se prendieron solas, al igual que los parlantes de la computadora.
En ese mismo momento escuché nuevamente la voz de la mujer.
—¡Ayuda, ayuda...! -escuché.
Continuará...
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