Amor En El Más Allá.
—¿Qué está pasando? -preguntó Sol, asustada.
—Anda a mi habitación. -dije.
—¿Qué?
—Haceme caso, anda a mi habitación. -repetí.
Sol me hizo caso y se fue.
—¿Quién sos? -pregunté.
Las luces, el celular y los parlantes se apagaron de golpe. Ese espíritu se había ido, volví a mi habitación y vi a mi hermana caminando de un lado a otro.
—¿Y? ¿Qué pasó? -preguntó. ¿Se fue?
—Tranquila, ésta noche si querés dormis conmigo.
—Es obvio que voy a dormir con vos, no voy a dormir con un fantasma en mi habitación.
—Mañana hablamos de lo que acabó de pasar. -dije.
Sol se acostó, yo me acosté a su lado y nos dormimos. Eran las cuatro de la madrugada y algo me despertó de golpe. Abrí mis ojos y en la punta de la cama vi a una mujer parada.
—¿Quién sos? -pregunté.
—Necesito ayuda. -dijo, ella.
Era la misma mujer que pedía ayuda a través de la radio y los parlantes.
—Solo vos podes verme. Ayudame, necesito saber que está pasando. -dijo y desapareció.
Al desaparecer un viento se introdujo en mi habitación. Al día siguiente me desperté y fui a la habitación de mi hermana para saber si ese fantasma aún seguía allí pero no había señal de ella.
Subí a mi camioneta y fui a una quinta que tenía en el campo. Llegué, hice algo de comer y escuché un ruido que provenía de las habitaciones de arriba.
La televisión se prendió y volví a escuchar esa voz pidiendo ayuda.
—Necesito saber quién sos para ayudarte, por favor mostrate. -dije.
Escuché una voz atrás mío, me di vuelta y ahí la vi. Parecía un ángel caído del cielo, rubia, de piel blanca, ojos color café. Era hermosa.
—Necesito que me ayudes. -dijo, triste.
—Primero necesito saber tu nombre.
—Me llamo Carina, Carina Zampini. -contestó.
—Carina, bien. -dije.
—¿Por qué nadie me puede ver ni escuchar? -preguntó.
—¿No sabés lo qué te pasó?
—No, no entiendo nada. Por favor necesito saber que me está pasando.
—Mira, Carina... a vos no te puede ver ni escuchar nadie porque vos estás...
Me miró con ojos tristes, ya entendiendo todo.
—No. -dijo, con los ojos llorosos. Yo no puedo estar muerta. Esto tiene que ser un sueño. Eso es mentira.
—No, no lo es. -dije.
—No... yo no estoy muerta. -contestó.
—Perdón pero... es así, por alguna causa falleciste y ahora tu espíritu tiene... -me interrumpió con un grito.
—¡NO ESTOY MUERTA!
Al gritar eso, las ventanas se rompieron y ella desapareció.
Continuará...
sábado, 22 de marzo de 2014
"Capítulo 1".
Amor En El Más Allá.
Era viernes por la mañana, me desperté, fui al baño y me di una ducha. Al salir de mi habitación me encontré con mi hermana, Sol.
—Buen día. -dijo, algo enojada.
—Buen día. ¿Estás bien? -pregunté.
—No, papá me tiene harta con su trabajo. Nunca tiene tiempo para nosotros. -contestó.
—Pero lo tenes que entender, Sol. Papá es así con su trabajo, hasta que no descubra la teoría esa de la relatividad no va a tener tiempo para nosotros. -contesté.
—Es que yo lo entiendo pero cinco minutos nada más, ¡cinco! Es lo único que pido.
—Después voy a hablar con papá, ¿si?
—Bueno. -suspira. ¿Sabes algo de mamá?
—Hace un rato me llamó, dijo que ya llegó a Grecia.
—Que bien. -dijo, de mala gana. ¿Te diste cuenta qué nosotros nos criamos solos? Papá siempre estaba en su escritorio o en un congreso. Y mamá siempre viajando de país en país.
—Tranquila, cuando mamá vuelva de Grecia, vamos a hablar con los dos.
—Gracias, al final sos el único que me entiende. -ríe.
—¿Cómo te está yendo en psicología? -pregunté.
—Bien, por suerte es el último año. ¿Y tus fantasmas?
—Por ahora no vi a ninguno. ¿Vamos a comer algo? -pregunté.
—Dale. -contestó.
Narra Carina...
¿Por qué nadie me veía? ¿Por qué nadie me escuchaba? Iba por la calle pero nadie me prestaba atención. Estaba por cruzar la calle y un auto vino hacia mí, grité pero ese auto me atravesó. ¿Cómo podría haber pasado eso?
Seguí caminando y seguí pidiendo ayuda.
—¡Ayuda! ¿Por qué no me ven? -pregunté.
Narra Sebastián...
—Pago yo y punto. -dijo, Sol.
—La próxima pago yo. -respondí. Voy al auto.
Al subir al auto la radio se prendió sola y se escuchaba una voz de una mujer pidiendo ayuda.
—¿Escuchas eso? -pregunté.
—¿Qué cosa?
—¿No escuchas la radio?
—La radio está apagada, Sebastián...
Miré la radio y era verdad, estaba apagada.
—¿Vamos? -preguntó.
—Sí. -contesté.
Al llegar, Sol se fue a la facultad y yo quedé en casa, solo. Las horas pasaron, llegó mi hermano, Diego y luego mi papá; horas después llegó Sol. Cenamos cada uno por su lado y luego nos fuimos a dormir; eran las tres y media de la madrugada y Sol entró a mi habitación.
—Sebastián... -dijo, susurrando.
—¿Qué? -pregunté, en el mismo tono.
—Tenes que escuchar esto.
Fui a la habitación de Sol y su celular estaba en corto circuito. Las luces se prendieron solas, al igual que los parlantes de la computadora.
En ese mismo momento escuché nuevamente la voz de la mujer.
—¡Ayuda, ayuda...! -escuché.
Continuará...
Era viernes por la mañana, me desperté, fui al baño y me di una ducha. Al salir de mi habitación me encontré con mi hermana, Sol.
—Buen día. -dijo, algo enojada.
—Buen día. ¿Estás bien? -pregunté.
—No, papá me tiene harta con su trabajo. Nunca tiene tiempo para nosotros. -contestó.
—Pero lo tenes que entender, Sol. Papá es así con su trabajo, hasta que no descubra la teoría esa de la relatividad no va a tener tiempo para nosotros. -contesté.
—Es que yo lo entiendo pero cinco minutos nada más, ¡cinco! Es lo único que pido.
—Después voy a hablar con papá, ¿si?
—Bueno. -suspira. ¿Sabes algo de mamá?
—Hace un rato me llamó, dijo que ya llegó a Grecia.
—Que bien. -dijo, de mala gana. ¿Te diste cuenta qué nosotros nos criamos solos? Papá siempre estaba en su escritorio o en un congreso. Y mamá siempre viajando de país en país.
—Tranquila, cuando mamá vuelva de Grecia, vamos a hablar con los dos.
—Gracias, al final sos el único que me entiende. -ríe.
—¿Cómo te está yendo en psicología? -pregunté.
—Bien, por suerte es el último año. ¿Y tus fantasmas?
—Por ahora no vi a ninguno. ¿Vamos a comer algo? -pregunté.
—Dale. -contestó.
Narra Carina...
¿Por qué nadie me veía? ¿Por qué nadie me escuchaba? Iba por la calle pero nadie me prestaba atención. Estaba por cruzar la calle y un auto vino hacia mí, grité pero ese auto me atravesó. ¿Cómo podría haber pasado eso?
Seguí caminando y seguí pidiendo ayuda.
—¡Ayuda! ¿Por qué no me ven? -pregunté.
Narra Sebastián...
—Pago yo y punto. -dijo, Sol.
—La próxima pago yo. -respondí. Voy al auto.
Al subir al auto la radio se prendió sola y se escuchaba una voz de una mujer pidiendo ayuda.
—¿Escuchas eso? -pregunté.
—¿Qué cosa?
—¿No escuchas la radio?
—La radio está apagada, Sebastián...
Miré la radio y era verdad, estaba apagada.
—¿Vamos? -preguntó.
—Sí. -contesté.
Al llegar, Sol se fue a la facultad y yo quedé en casa, solo. Las horas pasaron, llegó mi hermano, Diego y luego mi papá; horas después llegó Sol. Cenamos cada uno por su lado y luego nos fuimos a dormir; eran las tres y media de la madrugada y Sol entró a mi habitación.
—Sebastián... -dijo, susurrando.
—¿Qué? -pregunté, en el mismo tono.
—Tenes que escuchar esto.
Fui a la habitación de Sol y su celular estaba en corto circuito. Las luces se prendieron solas, al igual que los parlantes de la computadora.
En ese mismo momento escuché nuevamente la voz de la mujer.
—¡Ayuda, ayuda...! -escuché.
Continuará...
viernes, 21 de marzo de 2014
"Sinopsis".
Amor En El Más Allá.
Mi nombre es Sebastián Estevanez, vivo en Buenos Aires y tengo 26 años. Desde chico yo tengo un don, un sexto sentido; puedo ver a los espíritus, gente muerta.
¿Por qué yo? ¿Por qué ese don? No lo sé. Pero con el tiempo me di cuenta que lo necesitaba; gracias a ese don conocí a una bellísima, mujer. Carina Zampini tenía 23 años, estaba en pareja con un hombre llamado Alejandro.
Pero ella había tenido un accidente en el que había muerto, pero había un problema; no recordaba como había fallecido. Nos enamoramos perdidamente pero había algo que lo impedía, la muerte. Con el tiempo nos fuimos conociendo mejor pero yo no podía más, quería que fuera mi mujer. Así que le puse un punto final a todo. ¿Cómo? En esta historia lo verán.
Mi nombre es Sebastián Estevanez, vivo en Buenos Aires y tengo 26 años. Desde chico yo tengo un don, un sexto sentido; puedo ver a los espíritus, gente muerta.
¿Por qué yo? ¿Por qué ese don? No lo sé. Pero con el tiempo me di cuenta que lo necesitaba; gracias a ese don conocí a una bellísima, mujer. Carina Zampini tenía 23 años, estaba en pareja con un hombre llamado Alejandro.
Pero ella había tenido un accidente en el que había muerto, pero había un problema; no recordaba como había fallecido. Nos enamoramos perdidamente pero había algo que lo impedía, la muerte. Con el tiempo nos fuimos conociendo mejor pero yo no podía más, quería que fuera mi mujer. Así que le puse un punto final a todo. ¿Cómo? En esta historia lo verán.
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