Amor En El Más Allá.
—¿En qué pensas? -preguntó, Carina.
—En nada, solo me duele la cabeza. -mentí. ¿Adónde vamos?
—Vamos a ir a la habitación en donde estás.
—¿Y cómo hago? -pregunté.
—Solo pensa en el lugar donde quieras ir y ya está -respondió.
—¿Así de fácil?
—Sí. -sonrió. Cerra los ojos y pensa en ir a tu habitación.
Cerré los ojos y pensé en mí habitación. Al abrirlos... ¡Estaba allí!
—Sebastián... -dijo, Carina.
—¿Qué? -pregunté, asombrado.
—En la habitación de la clínica, no en tu habitación. -dijo.
—Ah... perdón. -reí.
Hice lo mismo, cerré los ojos, pensé en el lugar y al abrirlos estaba en la habitación de la clínica. Mi hermana se encontraba al lado mío, llorando.
—Por favor, Sebastián. Tenes que despertarte. -dijo, Sol.
—¿Cuándo voy a despertarme? -pregunté.
—Cuando el dolor en tu cabeza se vaya. -contestó, Carina. Ahora tenemos que ir con Alejandro.
—No, no puedo dejar a mí hermana así. -dije.
—Sebastián, ella va a estar bien. Confia en mí, vamos con Alejandro, capaz que puedo recordar algo más.
—Está bien... -toqué el hombro de Sol. Te quiero, hermanita.
Me puse al lado de Carina y nos fuimos a la oficina de Alejandro.
—¿Nos vemos a la noche? -preguntó, Alejandro. Está bien, chau... besos.
Alejandro cortó su celular y marcó otro número.
—Hola. -dijo. Ya está el plan en marcha (...) no voy a cometer el mismo error que lo tuve con Carina, te lo dije millones de veces (...) ¿Y yo que iba a saber que Carina estaba escuchando atrás de la puerta? (...) tomé la decisión correcta (...) Carina fue y será una completa estúpida.
Mire a Carina y vi lágrimas en sus ojos, me partía el alma verla así.
—Tranquila. -dije.
—No puedo estar tranquila, Alejandro nunca me amó, no puedo recordar nada, no estoy en el cementerio, no puedo estar tranquila. -dijo, mirando con odio a Alejandro.
Carina miró la fogata y con su vista tiró un pedazo de tronco al piso haciendo que la alfombra se empiece a prender fuego.
—Mierda. Espera un segundo. -dijo, Alejandro.
Él se acercó y empezó a apagar el fuego con su pié.
—Me las vas a pagar, Alejandro. -dijo en frente de él.
Carina desapareció y Alejandro siguió hablando por teléfono. Fui a la clínica nuevamente y estuvo unas horas con mí hermana pero mi duda era... ¿Dónde estaba Carina? En todo el día no había aparecido. Pensé en donde podría estar, pero no se me ocurría... hasta que en un momento pensé en mi quinta. Cerré mis ojos, pensé en la quinta y al abrirlos estaba en la puerta.
Ingresé y vi a Carina llorando en el sillón; me acerqué lentamente a ella y me senté a su lado. Ella me miró y se largó a llorar de nuevo. En ese momento solo atiné a abrazarla.
—Tranquila, Cari. -dije.
Ella apoyó su cabeza en mi hombro y me abrazó fuerte. Minutos después dejé de abrazarla, sequé sus lágrimas con mi mano y nos quedamos mirando a los ojos por un largo tiempo, hasta que en un abrir y cerrar de ojos yo me estaba acercando a sus labios.
Continuará...
jueves, 4 de diciembre de 2014
lunes, 1 de diciembre de 2014
"Capítulo 11".
Amor En El Más Allá.
—¿Qué? -preguntó, Carina sorprendida.
—Tiene que haber un error. -dijo, Sebastián.
—No, lo siento. Puede ser que en otro cementerio esté enterrada pero acá no está Carina Zampini. -dijo, el hombre.
—Está bien... ¿Conoce algún otro cementerio?
—Sí, el cementerio de La Plata. -respondió.
—Gracias. -dijo, Sebastián. Chau.
Sebastián fue hacia su camioneta y arrancó. Durante el viaje, Carina no hablaba, solo pensaba; pensaba y pensaba. ¿Cómo podía ser que su cuerpo no esté en aquél cementerio?
—¿Estás bien? -interrumpió, Sebastián.
—Sí, solo pensaba. -respondió, Carina.
Sebastián prendió la radio y al ver a Carina perdiendo el color, disminuyó la velocidad de la camioneta y la observó.
—No, no otra vez. -dijo, Carina.
Poco a poco Carina perdía el color y algo se la llevaba.
—¡No, basta! -dijo, Carina. ¡Qué esto se detenga!
La camioneta empezó a irse para un lado y luego para el otro.
—Carina, estoy perdiendo el control. -dijo, Sebastián alterado.
—¡Sebastián detené esto! ¡Por favor, no quiero volver a ese lugar oscuro! -pidió.
En un santiamén Carina desapareció, pero para su mala suerte los parlantes del auto explotaron, haciendo que Sebastián pierda el control de la camioneta y chocara contra un árbol.
Cuenta Sebastián...
Después de ese choque estaba en un lugar oscuro, no veía ni escuchaba nada. Lo único que sentía era un dolor intenso en mí cabeza.
—¿Hola? -pregunté.
Y nada, estaba solo... completamente solo. Al girar mi cabeza vi una luz bellísima... de esa luz me hablaba Carina. De esa luz salió un gran amigo mío que había fallecido, Juan. Él se acercó y me habló.
—¿Estás listo? -preguntó, Juan.
—¿Listo para qué? -pregunté.
—Para cruzar. -respondió.
—No sé... no estoy seguro.
—En ese lugar hay paz, si no venís te voy a entender.
Capaz que Carina estaba ahí, ya que en los minutos que estuve en ese lugar oscuro ella no había aparecido.
—Creo que lo estoy. -sonreí.
Juan estiró su mano y sonrió, estaba a punto de acercar mí mano con la suya pero una voz me detuvo.
—No lo hagas. -dijo, Carina.
—Carina. -me di la vuelta. ¿Qué haces acá? ¿Dónde estoy?
—Este es el lugar del que te hablaba. -sonrió. Vos no estás muerto, no moriste en el accidente. Estás en coma.
—¿Qué? -pregunté.
—Por eso te duele la cabeza. No podes cruzar, no ahora, tu hermana te necesita. Escucha.
Era verdad, escuchaba a mí hermana hablarme. Estaba tan feliz de oírla y a la vez tan triste por estar en coma; miré a Juan y dijo:
—Ella tiene razón. Todavía no podes cruzar. -sonrió.
Carina estrechó su mano y me dijo:
—¿Venís? -sonrió.
—Juan... después voy a ir. -reí. Después nos volveremos a encontrar.
—Está bien. Cuidate y pensá bien las cosas antes de hacerlas. -rió.
Juan se metió nuevamente en la luz y desapareció. Vi a Carina y tomé su mano. ¡No puedo creerlo! Puedo sentir a Carina, puedo sentir su mano. Ella sonríe.
—Estás feliz de sentirme. -rió. Vamos con tu hermana.
—Vamos. -reí.
—Perdón por hacer que quedes en coma. -dijo, apenada.
—Perdón por decirte Carinita. -dije, sonriendo.
—¡Basta! -rió.
Y así nos fuimos, tomados de las manos. Creo que mi hermana tenía razón... creo que me estoy enamorando de Carina.
Continuará...
—¿Qué? -preguntó, Carina sorprendida.
—Tiene que haber un error. -dijo, Sebastián.
—No, lo siento. Puede ser que en otro cementerio esté enterrada pero acá no está Carina Zampini. -dijo, el hombre.
—Está bien... ¿Conoce algún otro cementerio?
—Sí, el cementerio de La Plata. -respondió.
—Gracias. -dijo, Sebastián. Chau.
Sebastián fue hacia su camioneta y arrancó. Durante el viaje, Carina no hablaba, solo pensaba; pensaba y pensaba. ¿Cómo podía ser que su cuerpo no esté en aquél cementerio?
—¿Estás bien? -interrumpió, Sebastián.
—Sí, solo pensaba. -respondió, Carina.
Sebastián prendió la radio y al ver a Carina perdiendo el color, disminuyó la velocidad de la camioneta y la observó.
—No, no otra vez. -dijo, Carina.
Poco a poco Carina perdía el color y algo se la llevaba.
—¡No, basta! -dijo, Carina. ¡Qué esto se detenga!
La camioneta empezó a irse para un lado y luego para el otro.
—Carina, estoy perdiendo el control. -dijo, Sebastián alterado.
—¡Sebastián detené esto! ¡Por favor, no quiero volver a ese lugar oscuro! -pidió.
En un santiamén Carina desapareció, pero para su mala suerte los parlantes del auto explotaron, haciendo que Sebastián pierda el control de la camioneta y chocara contra un árbol.
Cuenta Sebastián...
Después de ese choque estaba en un lugar oscuro, no veía ni escuchaba nada. Lo único que sentía era un dolor intenso en mí cabeza.
—¿Hola? -pregunté.
Y nada, estaba solo... completamente solo. Al girar mi cabeza vi una luz bellísima... de esa luz me hablaba Carina. De esa luz salió un gran amigo mío que había fallecido, Juan. Él se acercó y me habló.
—¿Estás listo? -preguntó, Juan.
—¿Listo para qué? -pregunté.
—Para cruzar. -respondió.
—No sé... no estoy seguro.
—En ese lugar hay paz, si no venís te voy a entender.
Capaz que Carina estaba ahí, ya que en los minutos que estuve en ese lugar oscuro ella no había aparecido.
—Creo que lo estoy. -sonreí.
Juan estiró su mano y sonrió, estaba a punto de acercar mí mano con la suya pero una voz me detuvo.
—No lo hagas. -dijo, Carina.
—Carina. -me di la vuelta. ¿Qué haces acá? ¿Dónde estoy?
—Este es el lugar del que te hablaba. -sonrió. Vos no estás muerto, no moriste en el accidente. Estás en coma.
—¿Qué? -pregunté.
—Por eso te duele la cabeza. No podes cruzar, no ahora, tu hermana te necesita. Escucha.
Era verdad, escuchaba a mí hermana hablarme. Estaba tan feliz de oírla y a la vez tan triste por estar en coma; miré a Juan y dijo:
—Ella tiene razón. Todavía no podes cruzar. -sonrió.
Carina estrechó su mano y me dijo:
—¿Venís? -sonrió.
—Juan... después voy a ir. -reí. Después nos volveremos a encontrar.
—Está bien. Cuidate y pensá bien las cosas antes de hacerlas. -rió.
Juan se metió nuevamente en la luz y desapareció. Vi a Carina y tomé su mano. ¡No puedo creerlo! Puedo sentir a Carina, puedo sentir su mano. Ella sonríe.
—Estás feliz de sentirme. -rió. Vamos con tu hermana.
—Vamos. -reí.
—Perdón por hacer que quedes en coma. -dijo, apenada.
—Perdón por decirte Carinita. -dije, sonriendo.
—¡Basta! -rió.
Y así nos fuimos, tomados de las manos. Creo que mi hermana tenía razón... creo que me estoy enamorando de Carina.
Continuará...
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